“Los hombres de izquierdas son un peñazo”

La frase la dice quién desea ser la primera presidenta de España representando a la izquierda.

Lo sorprendente es que una persona que se considere así misma como cauta, neutral, y que busca crear alianzas y puentes menosprecie a parte de su electorado, para enlazar un proyecto al que aún por encima llama Sumar, valga la paradoja.

Y así seguirá haciéndolo, pues lo único que ha hecho su electorado varón a lo largo de los últimos 10 años es aplaudir a cada insulto que ellas les han dedicado.

Cuando un grupo insulta a otro y el grupo insultado acepta los improperios como legales y merecidos y no existe ningún tipo de reprimenda o ni siquiera intento de censura, el primer grupo se alza como valedor de la verdad moral y con el poder moral de continuar insultando en el futuro.

Recordando a Francia y Reino Unido aceptando la anexión de los Sudetes para calmar las ansias del “espacio vital” del dictador, existe la posibilidad de que haya quien crea que darles más margen de maniobra o concesiones (insultos) a quienes les menosprecian, sea quizás con el objetivo de apaciguar su ira y hambre, aunque en realidad no están más que alimentando a un monstruo que no pueden controlar.

Siguiendo el patrón de los últimos años, cuanto más les dejen insultar, más lo harán, algo que además se refleja fácilmente en la opinión de las nuevas generaciones de mujeres, en el que “los hombres son tontos”, es casi el pan de cada día.

Alguien podría decir que “se malinterpreta sus palabras”, “Que se saca de contexto”, “Que exagero”, “que lo tengo que entender…”. Después de más de una década de misandría y hembrismo (palabra ya incluida recientemente en la RAE por cierto), decir a los varones que tienen que entender que se les menosprecie continuamente, es una normalización bastante racista, a la par que entrañable.

Decir a los varones que tienen que entender que se les menosprecie continuamente, es una normalización bastante racista, a la par que entrañable.

Hipocresía… una vez más

Por otra parte, es paradójico que aquellas personas que abrazan la religión feminista como la “verdadera”, y que llevan reivindicando toda su vida el “machismo” como un mal endémico, en el que el propio insulto es machista, tengan el valor de aplicar “eso” que dicen combatir, la denostación y la ofensa, continuamente. (Si alguien tiene alguna duda, agradezco amablemente que me remitan un sólo artículo de periódico que hable bien de los hombres en la última década. Luego si llegara a encontrar uno el cual leeré apasionadamente y lo desea, puede revisar cuántos artículos hablan mal del hombre sólo la semana pasada).

Continuando el hilo sobre esta ofensa y denostación, mayor es el agravio cuando quien lo hace, es aquella que dice querer ser la primera presidenta de España, y alegremente en un acto público menosprecia abiertamente y sin pudor alguno al público que teóricamente debería votarla. De hecho, en estos momentos, se buscan donaciones para el proyecto.

La religión

Se dice en física, que la energía no desaparece, sino que se transforma. Podríamos decir lo mismo de la religión. En un estado laico en el que el catolicismo está en desuso, la soledad y la necesidad de abrazar nuevos dogmas permite que el feminismo se haya erigido como un bálsamo ante la falta de credo.

Tiene sus propios Salmos, sus propias procesiones, sus propios símbolos, y lo que es más importante, el mal al que ha de combatir, El Hombre (que por cierto, una vez más recalco que hablan de “heteropatriarcado”, pero cuando insultan a los hombres, también insultan a los homosexuales que son varones).

Y no ha sido sólo una década de religión. Pues en cierta manera, no podemos culpar a las feministas de su desprecio a estos hombres cuando éstos asienten pasivamente ante tales faltas de respeto.

Imaginémonos que los afroamericanos asintieran con la cabeza y se dijeran unos a otros, que sí, que efectivamente como afirma el KuKluxKlan, ellos son una raza inferior y no se merecen el resto de derechos reservados para las personas blancas de la ciudadanía norteamericana de mitad del siglo XX.

Imaginémonos que los judíos alemanes de los años 30 del siglo pasado admitieran lo mismo. Que ellos tienen toda la culpa de los males del país y que también son una raza inferior que se merece el desprecio del país entero.

Obviando en el artículo de hoy el racismo intrínseco (odio a alguien por su condición de nacimiento) en las continuas declaraciones de las feministas, ¿Por qué alguien dejaría de llamar “tonto” a otro que admite que lo es? ¿Por qué entonces las feministas van a dejar de menospreciar a los hombres que las rodean?

No sé cuántos hombres militantes activamente de izquierdas son unos violadores, acosadores o machistas de primera categoría, pero entiendo que serán bastantes para admitir el meaculpa, asentir con la cabeza, y seguir votando a las mismas que los humillan continuamente, independientemente de en cuántos cursos de deconstrucción hayan participado.

Quizás sea por eso mismo, por ese tipo de hombres de izquierdas que no se defienden, que quien haya tenido tanto éxito en un grupo anarquista catalán (hasta ocho relaciones afectivo amorosas en dos años) haya sido un policía infiltrado.

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